—Si
nunca hubiera dicho la verdad no estaríamos aquí ahora —susurró Lottie con voz
lastimosa.
—Cierto.
La
que, hasta hacía una par de horas, era su mejor amiga le dedicó una mirada
acusadora acompañada del ceño más fruncido que Lottie le hubiera visto nunca y
la pequeña supo, casi con total seguridad, que tardaría mucho en lograr que la
perdonara. Con un suspiro resignado, mojó el cepillo en el agua sucia del cubo
que tenía junto a su pierna y siguió fregando la chimenea de la clase de
francés en silencio.
Annie
miró de reojo a la otra chica, sintiendo como el enfado comenzaba a remitir.
Siempre pasaba lo mismo. Lottie era la peor compañera de trastadas que nadie
pudiera imaginarse. A esas alturas no podía explicarse cómo habían llegado a
ser tan buenas amigas. Eran completamente opuestas. Lottie tan buena, tan
dulce, tan sincera. Ella, sin embargo, había sido siempre una auténtica
embustera, capaz de meterse en los líos más enrevesados y salir airosa gracias
a su capacidad de mentir sin ni siquiera sonrojarse. Pero, por alguna extraña
razón, aquella chiquilla le había caído bien desde el mismo momento en el que
entró en el aula, con sus trenzas pelirrojas y esa mirada inocente que parecía
contemplarlo todo por primera vez.
Lottie
había resultado ser una estudiante ejemplar, una de esas muchachas repelentes
que siempre levantaban la mano y hacían bien los ejercicios a la primera.
El
bufido de Annie hizo que la otra joven diera un respingo y la observase con
cautela.
«Parece
un cervatillo asustado», pensó Annie sintiendo como su maldita conciencia
comenzaba a gritarle que la perdonara y tratando de ignorarla sin mucho éxito.
Al
poco tiempo de su llegada a la escuela, se habían convertido en inseparables.
Compartían habitación y pupitre, iban juntas a todas partes y, por supuesto,
eran compañeras de travesuras.
«Pero
Lottie siempre hace lo mismo» recordó, malhumorada. Se venía abajo en cuanto la
presionaban un poco y acaba confesando todos los pecados que había cometido
desde el mismo día de su nacimiento. Lamentablemente, Annie estaba presente en
todas y cada una de sus diabluras. Lottie había sido una condenada Santa hasta
que la había conocido a ella. Mas, pese a saber que acabaría estropeándolo
todo, siempre acababa implicándola en sus fechorías.
Suspirando,
derrotada, lanzó el paño con el que limpiaba los pupitres al suelo y se cruzó
de brazos.
—Como
vuelvas a confesar, dejaré de hablarte para siempre —informó alzando la nariz,
tal y como había visto hacer tantas veces a la profesora de latín.
—Prometo
no volver a decir nada —dijo Lottie, alzando la mano izquierda para dar
solemnidad al juramento.
Su
amiga alzó una ceja y miró despectivamente la mano que había levantado. Al
darse cuenta del error, la otra muchacha cambió de mano, nerviosa, y repitió la
promesa.
Annie
suspiró y, recogiendo el trapo, siguió fregando. Las encargadas de la limpieza
deberían estarles tremendamente agradecidas. Era evidente que, hasta que
terminaran el curso, fregarían muchas más veces todas las aulas del colegio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario