Juan de Mañara (Manuel y Antonio Machado)
1. Introducción.
Juan de Mañara es una obra escrita por los hermanos Machado en 1927. Se estrenó en el teatro Reina Victoria de Madrid, el 17 de marzo de ese mismo año, consiguiendo un gran éxito.
La base sobre la que se inspiraron sus autores es la figura de Miguel de Mañara, hombre en torno al que gira una leyenda de seducción y perdición, similar a la de Don Juan, pero que, al encontrarse cara a cara con la muerte (hay diversas versiones para este encuentro, desde que se halló frente a la muerte, hasta que la hermosa mujer a la que perseguía, al quitarse la ropa, se convirtió en un esqueleto) se arrepintió de sus pecados y dedicó el resto de su vida a servir a los demás. Aunque son varias las teorías sobre este mito (hay quien, incluso, niega cualquier episodio escandaloso o “donjuanesco” en la vida de este sevillano), lo cierto es que el apellido Mañara acabó convirtiéndose en sinónimo de Don Juan.
2. Resumen.
Juan de Mañara es un joven apuesto, de buena familia, acostumbrado a disfrutar sin control de los placeres de la vida y, sobre todo, de las mujeres. Sin embargo, la aparición en escena de Elvira, una antigua amante que, tras la relación mantenida con él, ha cambiado completamente, despertará su conciencia y le llevará a dar un giro radical a su vida.
Y es que esta mujer, en otro tiempo dulce y cálida, se ha convertido en un ser calculador, frío, cínico y desencantado, capaz de asesinar a su propio esposo sin sentir remordimiento alguno y sin que ni una sola lágrima asome a sus ojos. Don Juan, decidido a enmendar su error y devolverle todo aquello que le robó, no duda en abandonar su plácida vida y huir con ella.
3. Don Juan.
En Juan de Mañara se produce una evolución del personaje de Don Juan que pasa por tres fases.
En el primer acto nos encontramos con el don Juan que conocemos, el seductor incorregible, capaz de animar a su propia prima a que abandone los hábitos y todo aquello en lo que cree por lo que quizá sea otro de sus caprichos. Sin embargo, ya desde este momento percibimos las grandes diferencias que se dan con respecto a sus antecesores.
En primer lugar, don Gonzalo, a pesar de seguir siendo el padre de la mujer burlada, se encuentra aquí unido a don Juan por lazos familiares ya que es su tío. Además, es un tío orgulloso de su sobrino, que presume de él y que no sólo no condena las acciones de Juan sino que, además, las comprende y las justifica, como podemos ver en su diálogo con doña Casilda en el que, cuando esta le pregunta si don Juan sigue detrás de Elvira, su antigua amante, ahora que se ha casado con otro, este le responde:
“No lo creo;
acaso ni la recuerda.
Juan es de mi casta, mi
sobrino por excelencia.
Su padre, mi primo, tuvo
un harén en la bodega
de su casa, y le decían:
Don Enrique, in vino veritas.”
Una diferencia fundamental con respecto a sus antepasados y, sobre todo, con respecto al drama fundacional, radica en que en esta ocasión don Juan no recurre a ningún disfraz ni a ninguna enrevesada estratagema para burlar a las mujeres.
Anteriormente, vimos como este personaje se disfrazaba, usurpaba el lugar de otros o hacía promesas que no estaba dispuesto a cumplir con tal de lograr lo que deseaba. Aquí no. Beatriz sabe perfectamente quién es su primo antes, incluso, de tenerlo cara a cara. Su fama le precede, los chismes sobre él se propagan y la tradición, con todas sus burlas anteriores, lo persigue.
No existe ningún catálogo de mujeres burladas, ni siquiera presenciamos más que la seducción de Beatriz. Lo que sabemos de sus conquistas lo sabemos por lo que los personajes nos cuentan y por lo que la tradición nos ha dicho. El conocimiento de esta tradición también es importante ya que el propio don Juan la conoce y parece actuar más por cumplir con ella que por voluntad propia. Juan de Mañara se comporta como un don Juan porque la tradición así se lo exige pero, en realidad, no presume de su conducta. De hecho, el mismo don Juan cuando confiesa sus conquistas deja claro que no es algo que él haya buscado.
“No queriendo, conseguí,
Beatriz, que se me quisiera.
Pero yo nunca he sentido
amor.”
Estamos, pues, ante un don Juan que está de vuelta de todo y al que persiguen las mujeres. En este caso, a diferencia de lo que habíamos visto anteriormente, son ellas las que lo quieren, aun cuando él no lo busca.
Sin embargo, la diferencia fundamental con respecto a sus predecesores radica en que nos encontramos aquí con un don Juan hastiado y atormentado, en lugar del don Juan burlón y cínico al que estamos acostumbrados.
“Beatriz. (En el mismo tono)
¿Dónde hay tormento mayor
que en querer sin ser querido?
Juan. ¿Dónde? En no poder amar.
¿Dónde? En no saber sentir;
en no darse, en no adorar,
en ver sufrir y gozar
sin gozar y sin sufrir.
En que se vaya el momento
que eterno ha podido ser,
dejando el labio sediento...
Y peor es no tener
sed. Ese sí que es tormento.”
Así pues, don Juan reconoce su incapacidad o dificultad para amar, para sentir lo que otros sienten, y el tormento que eso le produce. A diferencia de lo que sucedía en El burlador o el Don Giovanni en las que, a pesar de ser el protagonista, don Juan era el personaje al que menos conocíamos, del que menos sabíamos; en esta ocasión don Juan nos permite ver en su interior, conocer esa frustración y esa soledad en la que se encuentra.
Y es que, desde el principio, don Juan ha estado solo, aun cuando estaba rodeado.
Las mujeres o bien lo rechazaban por sus burlas, o bien lo querían por ese encanto, por ese inexplicable atractivo que hacía que ninguna pudiese resistirse a él. A lo largo de la tradición donjuanesca, nos hemos encontrado con mujeres burladas y enfadadas por la burla, con mujeres encaprichadas con el personaje, pero son pocas o, incluso, me atrevería a decir que ninguna, las que han amado a don Juan.
Su criado, ayudante y cómplice en sus burlas, permanece a su lado tan sólo porque esa es su función, por esa servidumbre que le debe, pero no por un aprecio real hacia su persona.
Su familia lo defiende, únicamente, por esos lazos de parentesco que los unen...
En realidad, todos aquellos que lo rodean lo condenan, aun cuando no es más que el reflejo de sus propios vicios. Esa frustración es, probablemente, lo que lo lleva a querer “acelerar su destino” (hay que tener en cuenta que, dado que don Juan es conocedor de la tradición, sabe que su destino es la muerte).
El momento más importante de esta primera parte es, sin duda, su encuentro con Elvira, pues será el que marque el final del seductor y el comienzo de la transición. Y es que cuando Elvira, en otro tiempo tierna y cariñosa, aparece ante él convertida en una mujer fría y cruel, don Juan se da cuenta por primera vez del alcance de sus actos. Él ha sido el que ha acabado con la mujer que conocía y la ha convertido en lo que es. Sin embargo, lo que verdaderamente le asusta es comprender que, en realidad, Elvira no es más que el reflejo de sí mismo. Eso es, en mi opinión, lo que lo lleva a seguirla, en un intento desesperado por redimirla y, al mismo tiempo, redimirse.
En esta ocasión, la salvación de don Juan vuelve a depender de una mujer, sólo que, esta vez, en lugar de ser el amor quien lo salve será el odio.
No obstante, y siempre desde mi punto de vista, la transformación de don Juan no es aquí donde se produce. Es cierto que, por primera vez, los remordimientos aparecen en él y lo impulsan a intentar reparar el daño. Pero también es cierto que Elvira sigue siendo una mujer. Una mujer que, tras su burla, se ha convertido en inalcanzable para él ya que ha perdido toda inocencia y credulidad, se ha convertido en una joven cínica y recelosa, lo que la hace prácticamente imposible de seducir. Elvira está escarmentada, no quiere saber nada de don Juan y eso es lo que lo impulsa, en gran parte, a seguirla.
Y es que, acostumbrado como está a conseguir siempre lo que desea de las mujeres sin esfuerzo, el rechazo de esta lo lleva a considerarla un reto. Don Juan desea conquistarla de nuevo, quizá porque se ha dado cuenta de que es importante para él o, quizá, simplemente, porque se ha convertido en inasequible. De hecho, es cuando ella le da a entender que lo que ocurrió entre ellos no fue tan importante para ella como él cree, cuando se decide a seguirla.
Juan. (Casi con espanto, haciendo una última
apelación a la conciencia y a los sentimientos
de Elvira)
¡Inaudito!
¿No te abrumara el recuerdo
de estas horas?
Elvira. (Con cínica lealtad)
Si te digo
la verdad, vas a gritar
de asombro.
Es, pues, aquí cuando se produce el inicio de la segunda etapa de don Juan que, en mi opinión y contrariamente a lo que opina el editor en sus anotaciones a la presente edición, podríamos considerar de transición (pienso que hay un capítulo completo de transición y no una transformación espontánea e injustificada del personaje, algo que se puede comprobar en la evolución de la personalidad de don Juan a lo largo de este episodio).
El personaje, dispuesto a redimir y reconquistar a Elvira, huye con ella a París preparado para vivir “su vida” (la de Elvira). El don Juan que nos encontramos ahora es un personaje pesimista, deprimido, frustrado pero, sobre todo, un individuo sumiso, que jura fidelidad a Elvira y pone a su disposición todo aquello que posee.
Esta actitud ha sido censurada por los críticos por considerar que ambos rasgos, la subordinación y la fidelidad, son rasgos totalmente antidonjuanescos. Como se nos dice en las anotaciones, muchos han defendido que es aquí donde se produce la desmitificación del mito. Don Juan ya no es un calavera, ha dejado atrás su vida de seductor y se ha convertido en un hombre sumiso.
Así mismo, al igual que en sus antecesores, don Juan es culpable de un asesinato. Es cierto que fue Elvira quien disparó la pistola pero fue él quien la convirtió en alguien capaz de hacerlo. Don Juan se hace responsable del delito y suma el asesinato a su lista de pecados.
“Mi nombre es ilustre. Nada
lo manchó aún; el proceso
de Sevilla no me encarta.
Cómplice y aun verdadero
autor de tu crimen, nadie
en mi pensó; ¡Oh jueces rectos!,
como siempre, es una cosa
la verdad y otra los hechos.”
No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos y promesas, Elvira parece imposible de redimir. Ella no está dispuesta a dejarse embaucar de nuevo por don Juan, aun cuando sus intenciones sean buenas esta vez. Ella ha aceptado quien es, ha asumido su perdición, y actúa en consecuencia. Elvira es, ahora, donjuanesca y lo acepta, el que no se resigna es don Juan que sigue empeñado en salvarla a pesar de que no tiene muy claro el porqué.
“Tras ello,
vida, corazón, fortuna
y nombre, todo arriesgo.
¿Es esto amor, otro amor
distinto? ¿Arrepentimiento?
¿Asombro del mal causado?
¿Sed de conquista? ¿Despecho
de verte ajena y lejana
de mí? ¿Piedad del tremendo
dolor que ha secado en ti
toda ternura?... No puedo
explicarte bien lo que
para mi mismo es tan nuevo.”
La última fase, la conversión de don Juan en “santo”, se produce tras el apuñalamiento de Beatriz. Decidida a evitar que él se vaya con Elvira, su prima lo apuñala y don Juan ve la muerte de cerca. Aquí se produce la pérdida definitiva de sus rasgos donjuanescos. El hombre narcisista que conocíamos se convierte en un ser que se dedica por completo a los demás. Del egoísmo pasa a la generosidad más absoluta. Don Juan es un hombre de excesos, de extremos, y no se contenta con convertirse en un hombre normal para absolver sus pecados, tiene que convertirse en un santo. Esta entrega le llevará a descuidarse a sí mismo (algo impensable en el don Juan que conocemos), a olvidar su propia salud, en favor de los demás y eso será lo que le lleve a la muerte.
“Dª Casilda. Y no sólo
los socorre, sino alterna
con ellos y toma a pecho
sus enredos y miserias,
entre tanto que descuida
salud, familia y hacienda.”
4. Beatriz y Elvira.
Beatriz y Elvira constituye los dos personajes femeninos principales. En realidad, constituyen un desdoblamiento del propio don Juan y, al final, cuando este está a punto de morir, se convertirán en una unidad.
“Elvira, Beatriz, os veo
juntas; las dos en la ola
de esta luz sois una sola.”
Beatriz es la inocencia, la bondad y la dulzura. Prima de don Juan, está, quizá, enamorada de él desde su infancia.
Tras la noche en la que don Juan la abandona, conocemos a la verdadera mujer que hay detrás de ese nombre. Una joven egoísta y ambiciosa pues, en realidad, lo que la lleva a perseguir a don Juan es el afán por conseguir aquello que otras han perseguido antes pero no han logrado poseer.
Tras el abandono de este, no duda en seguirlo, aun cuando eso suponga su perdición. A Beatriz no le importa arriesgar su reputación ni su buen nombre, lo único que desea es conseguir a don Juan, sea cual sea el precio que deba pagar.
A medida que avanza la obra, este personaje va adquiriendo rasgos donjuanescos que la convierten en una mujer celosa, manipuladora, capaz de mentir y difamar a Elvira ante don Juan (incluso después de saber que ella ha renunciado a él a pesar de que lo quiere) para salirse con la suya y conseguirlo.
La renuncia de Elvira contrasta con el egoísmo de Beatriz. Los celos de Beatriz son desmedidos, no está dispuesta a dejar a don Juan, aun cuando tenga que apuñalarlo para no perderlo. La “santa” deja de serlo y la mujer “perdida” se redime.
Elvira, por su parte, hace su aparición en escena con las manos “de sangre manchadas”. Ya en su primera aparición es una mujer perdida, condenada, por el asesinato de su marido. Ella representa la experiencia. Elvira conoce el poder de su belleza y no duda en utilizarlo. Es una mujer cuyos rasgos iniciales son donjuanescos. El cinismo y la crueldad, antes de don Juan, se encuentran ahora en el personaje de Elvira. Esta mujer es, a la vez, burladora y burlada. Don Juan la ha convertido en lo que es y quiere redimirla, pero ella se burla cruelmente de sus aspiraciones. Se considera perdida y no está dispuesta a dejarse embaucar por don Juan.
La evolución de este personaje va en sentido opuesto al de Beatriz. Beatriz torna de santa a pecadora mientras que Elvira evoluciona hacia la salvación.
Es ella la causante del cambio de don Juan, aun cuando no lo ha buscado.
“Elvira mató el orgullo
que busca en la amada bella
espejo que lo retrate.
Narciso en la fuente seca
es más triste que Caín
errante sobre la tierra,
y más humilde.”
Sin embargo, a pesar de lo que proclama ante don Juan, no es quien dice ser. En un corto monólogo, Elvira confiesa al público que el personaje que aparenta ser ante don Juan es “apócrifo”, que mentía, en un intento de igualarse a él. Elvira sigue queriendo a don Juan y eso es lo que la lleva a renunciar a él y dejarle el camino libre a Beatriz. La culminación de su transformación se produce en el último acto en el que acude a acompañar a don Juan en el momento de su muerte. En realidad, su aparición representa la muerte de don Juan. Elvira sigue con Juan aun después de que este muera.
“Ya no está aquí.
Paso. Sigo su huella.”
Mientras que Beatriz no está dispuesta a dejarlo ir ahora que lo ha conseguido. Para ella, don Juan es una posesión que no está dispuesta a perder.
“¡Sí!
¡No me lo arrebatarán:
esta aquí; no, no se ha ido!
Soy yo, Juan. Está dormido...”
5. El ambiente.
La acción en Juan de Mañara sucede a caballo entre Sevilla y París. Estos dos lugares suponen polos opuestos. Sevilla, cuna de don Juan, supone el entorno en el que este lleva a cabo sus conquistas. En ella, don Juan es el “cazador” (gran simbolismo en la primera aparición del personaje, vestido de cazador). Sin embargo, al final de la obra, también será el lugar en el que se redima.
París, presente debido a la influencia del Modernismo[1], supone la ciudad de transición para don Juan. Ahí es a donde huye con Elvira, ya no como seductor sino como sumiso.
“Esteban. Y las prendas
trocaste de cazador
por otras.”
Así mismo, es aquí donde el don Juan anterior “muere” a manos de Beatriz.
6. Conclusión.
Juan de Mañara no es una obra innovadora dentro de la tradición donjuanesca. Valiéndose de la figura de Miguel de Mañara, los hermanos Machado reforman al don Juan conocido, llevándolo hacia el extremo opuesto.
De la perdición absoluta pasa a la santidad. Don Juan desaparece y deja paso a una figura totalmente antidonjuanesca.
[1] Cabe mencionar que en la obra existen varios elementos que remiten a las corrientes literarias del momento. París está presente por influencia del Modernismo; los recuerdos de la infancia en un ambiente campesino, así como la noche de dolor de Beatriz que la cambia para siempre, son una clara muestra de la influencia romántica...
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