Pasan los días, los meses, los años y piensas que te has hecho más fuerte. Crees, erróneamente, que aquellas cosas que te afectaban antes, que te hacían vulnerable, ya no tienen ninguna importancia. Sigues adelante, intentando olvidar el pasado, delineando un futuro perfecto en el que ya no tiene cabida nada ni nadie que te haya hecho daño. Pero en un instante, cuando menos te lo esperas, viene la vida y vuelve a ponerlo todo patas arriba. Sin ni siquiera avisarte te demuestra que no eres más que un ser patético y plano que no logra avanzar, que permanece estancado en un ayer que es incapaz de superar. De repente, esa imagen de fuerza que te habías construido cae en pedazos y no te queda otra que apretar los dientes, ponerte la máscara de indiferencia que guardas sólo para ocasiones especiales y rezar porque nadie se dé cuenta de que no eres nada más que un fraude.
"Todos vivimos del pasado y nos vamos a pique con él" (Goethe)
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