miércoles, 7 de septiembre de 2011

Despedida

A veces no apreciamos aquello que tenemos cerca. Son cosas que damos por hechas, personas que pensamos que estarán ahí para siempre. Vivimos sin pararnos en cada momento que pasamos con ellas, sin prestarles la atención suficiente. Un día, sin embargo, viene el destino y nos las arrebata. Así, sin ningún tipo de aviso, sin permitirnos ni siquiera despedirnos. Nos levantamos una mañana y al buscarlas descubrimos que ya no están. Y de nada sirve mirar atrás y pensar en cómo podrían haber sido las cosas si, en un momento u otro, nos hubiéramos planteado la posibilidad de que ese podría ser nuestro último instante con ellas. De nada sirven los remordimientos por no habernos esforzado lo suficiente por hacerlas un poquito más felices. De nada sirven las lágrimas ni los lamentos. De nada sirven los rezos. Retroceder en el tiempo es imposible y lo único que nos quedan son esos momentos que aparecen, cual imágenes congeladas, escondidas en nuestra mente. Lo único que nos queda son, simplemente, los recuerdos. Recuerdos bueno o malos, más próximos o más lejanos, pero recuerdos, al fin y al cabo, que nos permiten sentir un poco más cerca a aquellos que no volverán jamás. Recuerdos, por otra parte, que se irán difuminando con el tiempo, que se irán distorsionando hasta convertirse en poco más que sombras. Entonces, cuando ya sólo una foto nos permita recordar con claridad el rostro de esa persona que una vez quisimos tanto, sólo permanecerá en nosotros ese dolor extraño, difícil de identificar, que queda cuando nos han robado un trocito del alma. Sólo quedarán esas ganas de llorar que, sin previo aviso, te arrebatan el aliento, te estrujan el corazón y te recuerdan tu propia fragilidad. Mientras tanto, mientras el olvido no llega y las lágrimas no cesan, el mundo sigue girando, la vida sigue su curso y nadie parece darse cuenta de que alguien se ha quedado atrás. Mientras tanto, mientras el olvido no llega y las lágrimas no cesan, descubres que hay un recuerdo que no encuentras por ninguna parte. Y es que son muy pocos los afortunados que hallan en su memoria el recuerdo de haberle dicho a esa persona lo mucho que la querían.

                                           

2 comentarios:

Patricia dijo...

Ay Fani... qué razón :(
Nos queda intentar sacar a flote ese barco medio hundido aprendiendo de los errores del pasado y apreciando el presente.

Fani dijo...

Hola Patri!

Pues sí, es lo que queda. Aprender de la experiencia y tratar de que, con los que quedan, la cosa sea diferente.

Biquiños.