sábado, 29 de octubre de 2011

Demasiado tarde

A través del cristal se observa el mismo paisaje de todos los días. Todo es igual. Nada ha cambiado. Como cada mañana. Y, sin embargo, para mí todo es diferente. Hoy no has venido y soy dolorosamente consciente de ello. Me faltan tus ojos viéndome sin mirarme, sin detenerse jamás en los mios, sin darse cuenta de que existo. Una persona más en un vagón lleno de gente. Una chica más que suspira por ser, aunque sólo sea por una vez, la destinataria de una de tus sonrisas.
Sin poder evitarlo, cierro los ojos y evoco tu rostro pues parece que hoy será lo único que pueda tener de ti. Una imagen... que, inmediatamente, pasa a engrosar mi colección de recuerdos. Junto a cada mirada, cada suspiro, cada bostezo que en estos tres años he recopilado en mi mente.
De pronto un murmullo me devuelve a la tierra. Un susurro que va ganando en intensidad y que, poco a poco, se va convirtiendo en un grito. En un chillido de terror que eriza mi piel y se clava en mis entrañas. Sin ser consciente de mis acciones me encuentro corriendo hacia ninguna parte. Sin rumbo. Sin destino. Sin conocer el motivo del miedo que me inunda y que me empuja a huir cuanto antes. Sólo sé que mi vida depende de ello, que si no salgo de aquí ahora ya no lo haré jamás. Los sollozos, las voces y los gritos se convierten en la banda sonora de mi angustia y caen sobre mí como un lastre que debo arrastrar y que a punto está de hacer flaquear mis fuerzas. Hago un último esfuerzo por alcanzar las escaleras que se alzan ante mí como un muro infranqueable que me oculta la salida. Un sonido atronador estalla a mis espaldas y siento que ha llegado el final. Los sonidos cesan de repente y caigo de rodillas mientras la oscuridad lo envuelve todo. Ahora me doy cuenta de lo idiota que he sido. Debería haberte hablado aunque sólo fuese una vez. Si pudiese volver a empezar...

                                    

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