miércoles, 14 de septiembre de 2011

Soledad

A medida que veía pasar los días se sentía más solo, más vacío. Era como si, en algún momento entre su adolescencia y su madurez, su vida hubiese perdido el rumbo. Todo aquello que había logrado, aquello por lo que había luchado, le parecía ahora insulso y carente de sentido. No había nada que lo hiciese sentir completo, que acabara con ese vacío que lo atenazaba, que le cortaba la respiración y acentuaba esa soledad que se había convertido en su inseparable compañera. Esa soledad constante  que le arrebataba el aliento  incluso cuando se hallaba rodeado de gente. Sentía que nadie lo entendía, que nadie era capaz de mirar más allá de esa imagen de superficialidad y falsa arrogancia que había creado para ocultar sus complejos. A veces, cuando el dolor era insoportable, dejaba atrás ese cinismo que lo caracterizaba e imaginaba que, en alguna parte, se escondía ese alguien que constituía lo que Platón había llamado una vez "su media naranja".

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